MAYO DEL 68

“Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturaleza excepcional o trágica, el derecho (a la memoria) se convierte en un deber: el de acordarse, el de testimoniar.” Tzvetan Todorov
En el estudio de la evolución de la sociedad actual, hay un hecho histórico que se instala como delimitador de una generación: el mayo del 68, la llamada revolución de 1968. Su significado trasciende la rebelión de jóvenes estudiantes y obreros que dio vida al “mayo’68” pues se considera que reunió y centró en sí toda una manera de ver la vida por parte de la generación que protagonizó aquellos acontecimientos.

De alguna manera, “mayo del 68” viene a ser la expresión de la cosmovisión de toda una generación. Los presupuestos, ilusiones, metas, ideales, etc.

¿Somos herederos de mayo de 1968? Se puede dar varias afirmaciones y todas ellas con una cuota de veracidad, fue una revolución imaginaria, o un movimiento que al cuestionar los valores dominantes cambió la vida cotidiana. Para algunos, fue una revolución del deseo, o una expansión del campo de lo posible o una crisis de civilización, para otros, aquél movimiento no pasó de ser una revuelta con lanzamiento de adoquines, quema de vehículos, huelgas y algún motín que acabó con un triunfo conservador. Hay quien piensa que alumbró una derecha liberal o que con esa revolución se fraguó la crisis de valores y el relativismo moral del último tercio del siglo XX.

1968 fue un momento álgido de protestas, activismo y rebeliones fomentadas fundamentalmente por el malestar estudiantil y juvenil.

A lo largo de un poco mas de cinco décadas que nos separan de este intenso año, se ha producido una inmensa literatura desde los primeros análisis y debates al calor de los hechos hasta los enfoques más historiográficos. A medida que nos distanciamos de los acontecimientos constituyen un material nada despreciable. Analizar el 68 es, de hecho, un ejercicio que pertenece a distintos campos.

¿Tiene sentido de hablar de “un” 1968 para sociedades tan diversas? ¿Deberíamos resignarnos entonces a narrar el 68 en perspectiva nacional transformándolo en una colección de casos locales? ¿Qué fue exactamente el 68 en Europa occidental? ¿Se trató de una revolución fallida, de una revolución cultural o de un conflicto generacional? ¿Tiene sentido rescatar su dimensión política, o fue fundamentalmente un episodio cultural efecto de las fantasías y esperanzas de la generación de posguerra?

Desde una visión conservadora, aquellos acontecimientos son el origen de todos los males que las sociedades occidentales han sufrido desde entonces; podría citarse la crisis de la escuela, la crisis de la familia tradicional, el cambio en la concepción de la autoridad, incluso el terrorismo. Otros, presentan una visión más optimista y piensan que a aquellos hechos la sociedad debe los planteamientos más solidarios, más pacifistas, más tolerantes y respetuosos con todos oponiéndose a discriminaciones por motivos de raza o sexo. Por lo que mayo del 68 dio tanto de sí en uno u otro sentido.

En las experiencias de la acción política concertada, la autogestión y la “democracia participativa”, el 68 francés permite revitalizar la comprensión a propósito de fenómenos políticos elementales como la autoridad o el consentimiento popular.

Ha pasado ya medio siglo desde las experiencias de “Mayo del 68”, un evento cuyo sentido ha sido evaluado y reevaluado incontables veces en las últimas décadas. Hoy es parte de una memoria colectiva y, por ello mismo, ha tenido la ventaja de perdurar, pero sufre también el agravio del tiempo y la banalización que lleva a este hecho histórico en “postalizarse”.

En una sociedad en la que los principios del consumo han invadido cada esfera de la experiencia humana, es casi un acto de insurrección vincularse con el pasado de manera genuina. Lo usual es sencillamente comprender desde las versiones oficiales, en la facilidad de lo ya establecido. Ésta es la forma eminente de la no-comprensión en la actualidad.

El “Mayo francés” no ha sido la excepción en este sentido. La iconografía oficial, determinada por los elementos de la barricada y el grafiti, transmite una vaga imagen marcada por el “brillo” de lo juvenil. Tal “aura” ha supuesto un motivo tanto para la aprobación como para la desaprobación.

Walter Benjamin aseveró con respecto a la historia “articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente fue. Significa apoderarse de un recuerdo tal como este relumbra en un instante de peligro”.

El análisis político se ha sostenido primordialmente sobre una determinada teoría del poder, de acuerdo a esa concepción, el poder es algo que puede “ser tomado”. El 68, entonces, se caracteriza fundamentalmente como un fracaso, como el relato de la incapacidad del movimiento para “hacerse” con el control del poder.

Hannah Arendt expresó, “el sentido de la política es la libertad”, entonces es precisamente en su ámbito en donde puede esperarse que “lo improbable e imprevisible” ocurra con regularidad. Esta observación es perfectamente válida para los sucesos de “Mayo del 68” en Francia, donde, la verdadera significación política del hecho brota de acontecimientos y realizaciones que han sido relegadas al “silencio histórico”.

En su entrevista a Daniel Cohn-Bendit durante los eventos, Sartre rescataba el hecho de que el movimiento estudiantil había permitido imaginar “…una expansión del campo de lo posible”

Al margen de los hechos explícitos del conflicto en 1968 pueden hacerse otras observaciones  más  a propósito de las circunstancias de la época. El crecimiento sostenido de la economía capitalista en el periodo de posguerra había determinado la extensión de la educación secundaria y universitaria a un sector cada vez más grande de población. Esto supuso el “encuentro” de una masa estudiantil más amplia en las universidades. Combinado esto con la mayor capacidad adquisitiva del nuevo grupo, se dio lugar al nacimiento de una cultura comercial basada en los principios de la mentalidad juvenil.

André Glucksmann y su hijo Raphaël Glucksmann, publicaron un libro titulado «Mai 68 expliqué a Nicolás Sarkozy». Defendieron la tesis de que el presidente francés encarnaba el más genuino espíritu del 68 mientras que la izquierda heredera de Mitterand encarna el arcaísmo inmovilista. Definen aquel movimiento diciendo que: “Mayo fue una suerte de tsunami de palabras e ideas, estúpidas o geniales que libraron a Francia y su revolución de sus ensangrentados demonios guerreros, militaristas”.

Hannah Arendt, hablando sobre mayo del 68 comentó que el pasado no nos ha legado como “herencia” una posibilidad interpretativa adecuada sobre estos fenómenos. El hilo de tradición, que podía unir el espíritu de las primeras revoluciones –la americana y la francesa– con nuestra época se ha roto, y en tal sentido, se ha perdido la capacidad contemporánea para comprender lo que aquellos hombres habían experimentado como un “tesoro”.  “…si volvemos los ojos a los comienzos de esta era, y sobre todo a los decenios que la preceden, podemos descubrir para nuestra sorpresa que, en el siglo XVIII, a ambos lados del Atlántico, este tesoro tenía un nombre, hace tiempo olvidado y perdido, se diría, incluso antes de que el tesoro mismo desapareciera. En América el nombre fue “felicidad pública”, denominación que, con sus connotaciones de “virtud” y “gloria”, apenas sí entendemos mejor que su equivalente francés, “libertad pública”; para nosotros, la dificultad estriba en que en ambos casos el énfasis está puesto en el adjetivo “público”.

La última indicación de Arendt es inmensamente significativa. Apunta al hecho de que el objetivo primero de las revoluciones –y de tal forma, su sentido más elemental– ha sido siempre la fundación de un espacio donde lo “público”, esto es, lo esencialmente político, sea una realidad posible para todos los ciudadanos.

El problema es que, de partida, uno tiene que señalar qué es lo grande de mayo del 68, y ya en este punto comienzan todas las dificultades para determinar su significado. Mayo del 68 ha sido visto de todas las siguientes maneras: un complot para derribar el gobierno; una crisis de la universidad; una revuelta juvenil, que se desvaneció cual acceso de fiebre; una revuelta espiritual, que puso en ese presente la crisis de la civilización occidental; un conflicto social, que involucró un movimiento de nuevo cuño; un conflicto social de tipo tradicional; una crisis política y, un encadenamiento azaroso de circunstancias. Unos años más tarde, con una forma muy francesa de conceptualizar las contradicciones históricas, Raymond Aron describe lo ocurrido como un fracaso social producido por el éxito económico

Los hechos del mayo francés de 1968, marcaron el punto máximo de las actividades revolucionarias llevadas a cabo por los estudiantes de las universidades de Nanterre y la Sorbona. Estos hechos, que en su principio parecían llovidos del cielo, vinieron a poner en tela de juicio una ideología y unas formas de entender la revolución que, hasta ese momento, habían sido consideradas como la encarnación de la “ortodoxia”. 

En medio de la reverenciada paz Gaullista, las jornadas de 1968 aparecen como un estallido inesperado, como un suceso impensable. Sin embargo, las huelgas de estudiantes no eran nada nuevo. Ya se venían produciendo desde hacía dos años. No obstante, nadie pudo sospechar que alcanzaran tanta fuerza, dado que la situación, más que un disturbio universitario, parecía un estallido revolucionario a gran escala.

El caos económico y social envolvió a Francia, no era la expresión de descontento de la clase obrera. Tampoco una campaña de agitación organizada por los partidos de inspiración marxista, fue una manifestación de repulsa hacia unas formas y unas concepciones sociales que, bajo la apariencia de libertad, someten al hombre a un nuevo tipo de explotación.

Francia, sensibilizada al máximo hacia todos los procesos revolucionarios, se incorporó de manera gradual a las manifestaciones de protesta de los estudiantes, pero los partidos obreros no dieron importancia al movimiento revolucionario. De esta forma, los partidos comunistas y socialistas fueron rebasados ampliamente, pero se incorporaron a un movimiento revolucionario cuyas concepciones eran contrarias a sus ideologías.

Los acontecimientos de 1968 se produjeron en un contexto cultural, tecnológico e ideológico que se había ido forjando durante toda la década de los sesenta. Los hippies, la aprobación en varios países de la píldora anticonceptiva, el impacto inconmensurable de la música pop y su mensaje hedonista y subversivo. La informalidad en la ropa o el corte de pelo. La filosofía de viejos maestros como Herbert Marcuse o nuevas estrellas como Guy Debord o Raoul Vaneigem, la muerte y adoración del Che y la admiración por la Revolución Cultural que en ese momento Mao Tsetung estaba llevando a cabo en China (entonces aún no se conocían sus catastróficos resultados). El impacto de la televisión, que cada vez entraba a más hogares, permitió que las protestas se retroalimentaran de un país a otro. Pero por encima de todo, la guerra de Vietnam: un conflicto que para muchos jóvenes supuso la demostración de que Occidente no se había democratizado ni había abrazado el pacifismo tras la Segunda Guerra Mundial, que seguía siendo el mismo lugar imperialista, racista y expansionista.

Definitivamente, 1968 no fue un año más. A lo largo de esos meses, movilizaciones callejeras, tomas de fábricas y universidades, huelgas masivas y espontáneas, asambleas populares y enfrentamientos con fuerzas del orden con diversos grados de violencia se sucedieron en lugares tan distantes como México y Tokio, o Varsovia y Berkeley. La oleada de revueltas y protestas de ese año alcanzó un total de 56 ciudades, con picos de intensidad en urbes como París, Praga, Milán, México D. F. o Berlín. De hecho, la lista de países que experimentaron acontecimientos de intensa rebelión y descontento incluye no solo los más conocidos (como Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, México), sino casos menos recordados como India, Egipto, Turquía, Túnez y Etiopía. Tanto sociedades capitalistas industrialmente avanzadas como países periféricos con mayoría de población campesina, o estados pertenecientes al llamado socialismo real, experimentaron revueltas similares en cuanto a sus formas de protesta y estilos de acción. Gobiernos parlamentarios, regímenes militares en los llamados países en desarrollo y sistemas de partido único en Europa del este debieron enfrentar estallidos de rebelión.

La revuelta comienzó en Nanterre, la universidad “Modelo” en las facultades de Sociología y psicología tuvo como protagonista principal a Daniel Cohnbendit, quien rápidamente polarizó la inspiración de los movimientos estudiantiles.

En 1967 se desarrollan los primeros enfrentamientos con las autoridades académicas, para pedir mayor participación en la dirección de los estudios. El 14 de febrero de 1968 se produce la primera gran manifestación ante el rectorado de la universidad “modelo”. La respuesta es inmediata, la policía interviene de forma violenta para dispersar a los contestatarios. Como contrapartida, los estudiantes de psicología redactan un manifiesto en el que se pide el abandono de las aulas.

Luego de una protesta ocurrida el 22 de marzo, los estudiantes de segundo año de sociología decidieron poner en cuestión los exámenes y llenar las paredes de eslóganes que le dieron un tono inédito a las protestas: “Profesores, ustedes son cosa del pasado y también su cultura”, “En el examen, responda con preguntas”, “Cuando salga del Partido Comunista, déjelo tan limpio como lo encontró al entrar”. Una de las acciones de esos estudiantes fue tomarse el auditorio principal, lo cual motivó al decano a cerrar la sede universitaria durante el fin de semana previo al inicio de los exámenes. A la semana siguiente, temiendo nuevos disturbios, el decano decidió cerrar otra vez la universidad.

En el campo de Nanterre se formaron las actitudes más radicales frente a las instituciones universitarias y a la sociedad en su conjunto, al mismo tiempo los grandes problemas que en ese momento preocupaban al mundo (guerra de Vietnam, principalmente) fueron incorporados a las discusiones.

Poco a poco, las ideas neo anarquistas van alcanzando mayor influencia. La amenaza de expulsión que recae sobre Daniel Cohn-Bendit sirve para que se produzcan nuevos enfrentamientos entre policías y estudiantes.

 El día 2 abril se produce el contacto entre los estudiantes de Nanterre y los de Alemania dirigidos por Rudi Dutschke. La toma de aulas, para la celebración de asambleas, es un hecho que las autoridades académicas tienen que legalizar. Ya no son únicamente las facultades de Psicología y Sociología las que se preocupan por los problemas sociales y universitarios. A partir del mes de abril, todos los estudiantes se encuentran politizados, aunque no siempre adoptan las mismas tendencias.

Por su parte, los jóvenes pertenecientes al PC y a la extrema derecha se oponen a la corriente neoanarquista de la mayoría. Con la reanudación del curso, tras el periodo de vacaciones de semana santa, se produce un hecho fundamental, el atentado contra Rudi Dutschke. En una actitud de solidaridad con sus compañeros alemanes, los universitarios franceses se reagrupan para manifestar su protesta.

Se inician nuevamente las discusiones sobre la situación académica y las posturas a tomar frente a los próximos exámenes. Los puntos de vista son planteados por Cohn-Bendit, al señalar que “el examen, arma suprema de la selección, es la forma más característica de la represión universitaria”.

Ante las amenazas de la derecha, se decide la creación de comités de autodefensa. Sin embargo, las divisiones se hacen patentes al aparecer distintos grupos de inspiración trotskista y la influencia de La Sorbona, mucho más conservadora que Nanterre.

Pero el movimiento estudiantil ha saltado de Nanterre y no para en La Sorbona. Amenaza con alcanzar las calles de Paris y llegar hasta las fábricas. En unos pocos días se genera un caos de tal magnitud que ni el más optimista de los revolucionarios ha osado imaginar.

El 7 de mayo, el general De Gaulle manifiesta su desaprobación a las actitudes de los universitarios y al deseo de extenderlas a la calle. Pero todo es inútil las fuerzas policiales deben ser empleadas con toda urgencia para tratar de poner orden. Las barricadas hacen su aparición y los comités de defensa, credos por los estudiantes, se enfrentan con la policía, ante la magnitud de las manifestaciones que se estaban produciendo, la confederación nacional de trabajo y el partido comunista, así como las demás agrupaciones sindicales, decidieron tomar parte en los acontecimientos.

Los postulados ideológicos de los estudiantes Nanterre no podían ser bien vistos por los partidarios del centralismo democrático. Desconfiaban, por formación, de los estudiantes universitarios. Sabía el escaso porcentaje de hijos de obreros que llegaban a las facultades. Temían sobre todo a los troskistas y maoístas.

El 18 de mayo, las organizaciones sindicales decretan una huelga General. El éxito es impresionante y sobrepasa los cálculos más optimistas, a la confianza de los estudiantes sigue la de los obreros de sud aviation, en Nantes, ocupan la fábrica y declaran la autogestión, rompiendo claramente con las direcciones sindicales. El ejemplo es rápidamente imitado y, a partir del 18 de mayo, la huelga afecta a todos los sectores industriales del país. Las cifras se disparan hacia los 5 o 6 millones de huelguistas llegándose a doblar a la siguiente semana. Disconformidad es la palabra que definía la actitud de aquellos tiempos.

Los de la Universidad de Nanterre, desde antes de la célebre “noche de las barricadas”, del 10 de mayo, discrepaban de casi todo: de la Universidad, de la sociedad, de los padres… e incluso del revolucionarismo.

¿Qué se pretendía? Estas son algunas de sus propuestas:

“Decid siempre no por principio”,

“Decreto el estado de felicidad permanente”,

“Prohibido prohibir”.

A juicio de Raymond Aron esta crisis fue, en primer lugar, de los partidos políticos y de las organizaciones sociales, pues tanto los unos como las otras fueron incapaces de canalizar las demandas desbordadas de los estudiantes, así como su eco en los trabajadores dentro de los cauces establecidos. De una reforma a la universidad los estudiantes pasaron rápidamente a la crítica de la sociedad industrial capitalista, de la sociedad de consumo y también del orden sexual patriarcal. Se plantearon la transformación de la sociedad mediante la movilización espontánea, pero siempre defirieron en la clase trabajadora la cuestión de la toma del poder. La izquierda no comunista se planteó la ruptura del orden establecido, pero nunca logró persuadir a los comunistas de aceptar su liderazgo. Los comunistas, por su parte, denunciaron a los líderes estudiantiles como anarquistas, aventureros e irresponsables, pero se vieron en grandes dificultades para hacer que sus bases se reconciliaran con una forma de proceder más moderada.

Las organizaciones obreras, con la CGT a la cabeza y los partidos políticos de izquierda, en especial el PC, se encontraban ante una situación que no llegaban a comprender, ya no se trataba de posturas reivindicativas sino de objetivos como autogestión obrera, la democratización de base y el rechazo a las ordenanzas laborales del gobierno.

Las asociaciones juveniles vinculadas al Partido Comunista se habían negado, pocos meses antes, a participar en las protestas contra la guerra de Vietnam organizadas por los trotskistas. Georges Marchais, un destacado comunista francés, llamó a los estudiantes “hijos de papá”.

Esto no era una novedad dentro de la izquierda, donde las tensiones entre los obreros y los intelectuales de clase media, que se veían a sí mismos como la vanguardia del movimiento, habían sido habituales al menos desde la Revolución rusa. Pero en el 68 se volvieron particularmente evidentes. En París, los estudiantes rechazaban por igual el capitalismo y el comunismo de estirpe soviética —aunque tenían grandes esperanzas en el comunismo cubano y en el chino—, consideraban el trabajo organizado una actividad alienante en sí misma y ponían las preocupaciones sexuales en el centro de sus reivindicaciones. Su impulso revolucionario quizá no pretendiera ocupar el poder, pero sí transformar de abajo hacia arriba la sociedad y, de paso, obtener la cabeza de De Gaulle. Los partidos comunistas de la época —el francés, el italiano e incluso a su manera el español, a pesar de seguir siendo ilegal bajo la dictadura— estaban abandonando toda pretensión revolucionaria. Eran conscientes de la inmensa capacidad de negociación que tenían con la patronal y los gobiernos, y en la década y media anterior habían comprobado que eso les permitía mejorar enormemente sus salarios y condiciones de trabajo y acercarse, si no en cultura e identidad, sí en capacidad de consumo de la clase media.

Para evitar el contacto entre los estudiantes y los obreros, la CGT suspende, el 17 de mayo, el festival de la juventud. Ya con anterioridad había criticado las manifestaciones conducidas por los estudiantes en Billancourt y ante la sede de los trabajadores.

Pero cada vez es más evidente que el Comité Confederal Nacional está perdiendo el control del movimiento obrero que los estudiantes han desencadenado. La desorientación del PC no es menor que la de la central obrera….

Tras semanas de una huelga general que había paralizado la economía nacional, despeñado el franco y desabastecido París, la CGT negoció con los sindicatos y la patronal. Se pactaron aumentos del sueldo mínimo y de la media salarial, la ampliación de las vacaciones y un refuerzo de la presencia sindical en las empresas. Los obreros volvieron escalonadamente al trabajo. Los estudiantes lo consideraron una inmensa traición. Tras un mes en que el presidente parecía derrotado, De Gaulle recuperó su instinto político y convocó unas elecciones legislativas que ganó su partido: obtuvo 294 diputados frente a 57 de los socialistas y 34 de los comunistas. La derrota política de los jóvenes fue absoluta. Pero su victoria cultural y moral sería, a medio plazo, innegable

Finalmente, los estudiantes acusaron a los dirigentes sindicales de traición. La CGT no traicionó al movimiento revolucionario por la sencilla razón de que desde hacía mucho tiempo estaba desprovista de verdadero sentido revolucionario.

La influencia de las revueltas en las décadas posteriores fue trascendental, aunque no era la que preveían sus protagonistas. Los jóvenes trotskistas, socialistas, libertarios, anarquistas o maoístas que creían luchar por un cambio en la cultura y la estructura social dejaron un legado nítidamente liberal. Querían acabar con el Estado burgués, que consideraban aliado y coordinado con las grandes empresas y los resortes del capitalismo. Pero su lucha acabó dando pie a una mayor tolerancia moral, una menor jerarquía en las relaciones privadas y la disminución del papel del Estado en la ordenación social. También, aunque no fue un movimiento feminista, revolucionó el papel de la mujer en la sociedad. El resultado fue una mezcla fascinante de apertura moral y económica, frivolidad y cuentas claras, quisieron acabar con el capitalismo pero lo reforzaron y le dieron el aspecto actual.

La idea de libertad, de respeto por el otro, de un estado pequeño fue el grito del mayo francés, que con el tiempo la izquierda aggiornada y los intelectuales de caviar la envolvieron en ropajes socialistas.

Juca Fevel

Bibliografía

Hobsbawm, “historia del siglo XX”

Ramon Gonzales Férriz, “comentarios sobre le mayo francés”

André Glucksmann, publicaba un libro con su hijo Ráphaël titulado «Mai 68 expliqué a Nicolas Sarkozy».

Oscar Garcia Landaeta y Christian Miranda Bascope “Mayo del 68, una reinterpretación de su significación política”

Bénéton y Touchard, “historia de las ideas políticas”.

Raymond Aron, “Democracia y Totalitarismo”

Juan Carlos Febres París, mayo del 68, revista el odómetro.

Kristin Ross, “Mayo del 68 y sus vidas posteriores”

Mario Pasqualini “Situando el 68”

Un comentario

  1. Muy completo, y bien fundamentado.
    Coherente con el encabezado, se exponen en modo descriptivo los hechos del «68». En la vertiente explicativa cabría considerar como génesis los impulsos de la Cuarta Internacional, y la expansión de la URSS, y la incidencia ideológica gramsciana.

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