La Fuerza del Libre Pensamiento: El rescate del liberalismo en la historia de la humanidad.

Podemos comenzar este ensayo presentando las estadísticas de la pobreza global hasta el siglo XVIII, así como la tasa de mortalidad, las enfermedades, el estado nutricional, la esperanza de vida, la violencia y los métodos de producción. Podemos examinar las ventajas de la libertad y el impulso que conduce al progreso humano. Sin embargo, me gustaría comenzar una serie de artículos que discutan la fuerza del pensamiento libre y los peligros que conlleva el colectivismo, el socialismo, el totalitarismo y el nacionalismo extremo.

La idea fuerza sobre la libertad como concepto filosófico aunado al libre mercado tenía que haber influenciado al mundo para los años de la década del 30 del siglo pasado, Si bien es cierto que la Escuela Austriaca de Economía se originó en Viena a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias al trabajo de grandes economistas como Carl Menger, Eugen Böhm von Bawerk, Friedrich von Wieser, entre otros. (Debemos considerar que su inicio fue en 1871 con la publicación de “Principios de Economía” de Carl Menger). Joseph Schumpeter: Desarrolló teorías sobre los ciclos económicos y las crisis económicas en 1911. Friedrich von Hayek: Comenzó a desarrollar sus teorías en 1931. Gottfried Haberler: También trabajó en teorías sobre los ciclos económicos y las crisis económicas, comenzando en 1937. Y posteriormente aparece Ludwig von Mises qué Comenzó a desarrollar sus teorías en 1949.

Pero para el otoño de 1933, aparece la espantosa catástrofe que sobrevino en Alemania y que se convirtió en una catástrofe mundial, puso allí punto final a toda discusión libre de los problemas sociales y se fortaleció la idea de un estado fuerte y con ello la más aguda oposición con todos los postulados teóricos en que se basa la idea del “estado totalitario”.

La idea absurda de alinear toda la vida intelectual y social de una nación con el ritmo de un sistema político, y de moldear todo pensamiento y acción humana a un patrón estatal preestablecido, estaba destinada a llevar a la desintegración interna de toda cultura intelectual, ya que ésta no puede concebirse sin la total libertad de expresión.

La Alemania bajo el régimen de Hitler devaluó su literatura, fundamentó la ciencia en un fatalismo racial absurdo que pretendía sustituir todos los principios éticos por conceptos etnológicos, arruinó el teatro, manipuló la opinión pública, silenció la prensa y cualquier otro medio de libre expresión del pueblo, coaccionó la administración pública con un fanatismo brutal del partido, suprimió sin piedad todo movimiento social, persiguió a los judíos, el Estado se entrometió incluso en las relaciones más íntimas entre las personas, se abolió por completo la libertad de conciencia tanto en lo religioso como en lo político, la crueldad indescriptible de los campos de concentración, los asesinatos políticos por razones de Estado, la expulsión de los elementos intelectuales más valiosos de su patria, el envenenamiento espiritual de la juventud a través de una propaganda estatal de odio e intolerancia, la constante apelación a los instintos más bajos de las masas por una demagogia sin escrúpulos, según la cual el fin justifica todos los medios, la constante amenaza para la paz mundial de un sistema militar llevado al límite y de una política intrínsecamente hipócrita, diseñada para engañar tanto a amigos como a enemigos, que no respeta ni los principios de justicia ni los acuerdos firmados, son los resultados inevitables de un sistema en el que el estado lo es todo y el hombre nada. (Parece que el hombre aún no ha aprendido la amarga lección de la Segunda Guerra Mundial y, con diferentes disfraces, seguimos insistiendo en recorrer esos oscuros y amargos caminos).

El colectivismo es irracional, ignora fundamentalmente todos los lazos naturales del ambiente cultural común, se ha desarrollado hasta convertirse en la religión política y se ha transformado en la doctrina política de un nuevo tipo de despotismo disfrazado de estado autoritario, valoriza la personalidad humana solo en tanto que puede ser útil al aparto del poder político. La automatización de la vida social en general es el resultado de esta idea absurda.

El individuo se convierte simplemente en una rueda o en una pieza de la máquina estatal que nivela hacia abajo, que ha legado a ser un fin en sí y cuyos directores no toleran el derecho privado, la libertad contractual, ni opinión alguna que no esté en acuerdo incondicional con los principios del estado.

En la actualidad, el concepto de herejía, que proviene de las épocas más oscuras de la historia humana, se ha trasladado al ámbito político y se manifiesta en la persecución fanática contra todo el que se resiste a la entrega incondicional a la nueva religión política, así como contra aquellos que todavía mantienen el respeto por la dignidad humana y la libertad del pensamiento y acción.

La historia nos enseña el fracaso económico que siempre ha seguido cualquier sistema totalitario, sin embargo, esto ha resultado en un enorme acumulamiento de riqueza en pequeñas minorías privilegiadas y un continuo empobrecimiento de las grandes masas del pueblo. Al contrario de lo que se piensa, se sacrificó el interés general de la humanidad al interés privado de algunas personas y de esta manera socavó sistemáticamente las relaciones entre hombre y hombre.

El estado grande y presente ha fragmentado la sociedad en sus partes individuales, oscureciendo el sentimiento social (fraternidad, tolerancia, respeto) del individuo y obstaculizando su libre desarrollo; dividió la sociedad en grandes grupos de masas hostiles (izquierda versus derecha, progresistas o liberales, empresarios vs obreros, ciudadanos versus políticos), que se ven afectadas por el odio recíproco y por sus conflictos constantes que van minando los fundamentos esenciales de la vida social, ha buscado aniquilar el círculo cultural común que se tenía con países vecinos hasta convertirlos en enemigos.

Es importante recordar que la industria no son un fin en sí mismos, sino solo un medio para garantizar la supervivencia material y permitirle aprovechar las ventajas de una cultura intelectual que busque el progreso no solo económico sino cultural y estético. Donde la industria es todo y el hombre nada, comienza el dominio de un despiadado despotismo económico, que no es menos desastroso en sus efectos que un despotismo político cualquiera.

Recordemos las palabras del ex­ – secretario de Estado de los Estados Unidos Daniel Webster (1782 – 1852): “El gobierno más libre no puede resistir mucho tiempo cuando la tendencia de la ley lleva a crear una rápida acumulación de propiedad en manos de unos pocos y empobrecer y subyugar a las masas”.

El gran mérito del pensamiento liberal de esos tiempos y los movimientos populares que surgieron de él, es haber vencido el poder de la monarquía absoluta, que había paralizado durante siglos todo progreso intelectual, y había sacrificado la vida y el bienestar de la nación al ansia de poder de sus líderes. El liberalismo de aquel periodo fue la rebelión del hombre contra el yugo de una soberanía insoportable, que no respetaba los derechos humanos y trataba a los pueblos como rebaños, cuya única misión consistía en ser ordeñados por el estado y las clases privilegiadas.

Por lo tanto, los líderes del liberalismo buscaron una situación social que redujera el poder estatal y eliminara su influencia en la vida intelectual y cultural. La frase de Tomás Jefferson «El mejor gobierno es el que gobierna menos» fue la expresión de las ideas liberales.

Juca Fevel.

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