De mesianismos y confianzas

Se dice hasta el hartazgo que “Argentina debe recuperar la confianza”. Se cree, equivocadamente, que en algún momento vendrá alguien, un mesías, que logrará encauzar las cosas y ahora sí, en poco tiempo, la Argentina recuperará la confianza y todo resurgirá: el empleo, el crecimiento, la riqueza. Una expresión más de este pensamiento mágico que es parte de nuestra idiosincrasia y que nos ha llevado a creerle siempre a los falsos taumaturgos, que prometen sacar agua de las piedras.

Asumamos, sin embargo, por un minuto que llega ese mesías, que gana las elecciones y que hace todas las reformas necesarias para que la Argentina vuelva a ser un país con una relativa libertad económica, que incluso logra cambiar las leyes laborales y que además logra bajar el gasto público. El mesías finalmente logra el milagro. ¿Van a comenzar a surgir nuevos negocios que den empleo a las personas? ¿Van a venir a raudales las inversiones? ¿Habrá riqueza por todos lados?

Uno puede confiar en un país cuando tiene un sistema legal que garantiza los derechos de las personas, cualesquiera sean esos derechos, a lo largo del tiempo. Esta cuestión del tiempo es en el fondo la variable fundamental: porque de nada sirve poder comprar mi casa si es que en tres años alguien puede quitármela.  Es justamente el hecho de las cosas permanezcan invariables a lo largo del tiempo lo que da esa sensación de estabilidad y de tranquilidad que tanto envidiamos a los países europeos.

En particular, en la Argentina, hay cambios de leyes constantes, que si bien son legales y nadie puede decir lo contrario, generan desconfianza porque implican alteraciones continuas de las reglas de juego. Por poner un ejemplo sencillo, las dificultades para importar y la existencia de diversos tipos de cambio que se van moviendo de manera arbitraria, hacen que quienes quieran iniciar un negocio no puedan prever qué va a suceder en el futuro y por lo tanto, el rédito de ese negocio es algo incierto. No estamos discutiendo que estas medidas sean o no legales, sino que sean útiles a los efectos de generar previsibilidad en lo que sea que uno quiera emprender.

Esta incertidumbre, que es el resultado de los cambios constantes de las reglas de juego, trae como consecuencia que las personas no se atrevan a iniciar nuevos negocios o expandir los existentes en la Argentina. Y sin nuevos negocios ciertamente que no habrá nuevo empleo y mucho menos riqueza. Y aquí nadie habla de grandes empresas o grupos económicos, sino más bien de aquel que tiene algún capital y quiere hacer algo concreto, fabricar algo, prestar un servicio. La economía es la suma de todas las voluntades y cuántas menos voluntades haya dispuestas a trabajar en nuevas ideas y negocios, más pequeña será nuestra economía.

Equivocadamente piensan los retroprogresistas que la riqueza deviene de la acumulación de dinero (o los medios de producción): hoy el dinero es prácticamente irrelevante para hacer negocios. Hay gente que hace negocios de la nada, sin necesidad de contar con inversiones. Pero si incluso fuera necesario obtener financiamiento, lo cierto es que es fácil de conseguir, en tanto y en cuanto haya un buen negocio y una buena idea. Sobra dinero, pero falta talento.

No existe idea ni negocio que soporte los embates que las idas y vueltas que tienen las reglas de juego en nuestro país. Lo repito: los cambios son legales, pero aún así no generan un marco estable donde las personas quieran poner a jugar su talento para crear algo. No es sorprendente que los argentinos quieran emigrar, porque sienten que en otros países las cosas se les hacen más fáciles, al menos en lo que se refiere a estabilidad y previsibilidad. Y hasta donde yo tengo entendido, los que emigran no son en su gran mayoría ricos empresarios, sino personas talentosas que se sienten defraudadas por su propio país.

Esta previsibilidad se logra únicamente a través del crecimiento consistente de las opciones pro mercado en las distintas elecciones, se logra a través de una conciencia colectiva de que solo las ideas de la libertad nos pueden hacer crecer y vivir mejor. Mientras una parte importante de la sociedad crea que el estado es la solución y que un estado más grande es la única forma de vivir mejor, entonces estamos condenados a ser un país en el que nadie va a confiar. Porque la expansión del estado implica siempre el sacrificio del privado y nadie jamás pondrá a jugar su talento sabiendo que en cualquier momento podrá ser sacrificado en aras del estado benefactor.

Por eso es que la idea del mesías que llega al poder es irrelevante: porque el hecho de que logre concretar los cambios necesarios no garantiza en absoluto que el populismo no vaya a volver al poder y todo vuelva a cambiar una vez más, generando todavía más incertidumbre. Porque no es el mesías el que va a terminar inspirando confianza, sino los resultados electorales: cuando pasen sucesivas elecciones en las que el populismo obtenga un lugar marginal, junto a la izquierda más obsoleta, entonces será posible que lentamente la Argentina pueda recuperar la confianza. Cuando las opciones que prediquen caminos fáciles y gratuidad para todos no tengan más lugar en el voto de los argentinos, entonces nuestro país habrá recuperado la confianza.

Pero a pesar de la coronación del mesías, mientras sigan con vigencia propuestas que llevan a la sociedad por el camino de la pobreza, nada va a cambiar, porque estará siempre presente la posibilidad de una vuelta a una argentina incierta, en la que nadie se atreve a hacer nada.

Christian Jonaidis

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