NUESTRO POBRE INDIVIDUALISMO-JORGE LUIS BORGES

Hace un año tuve el privilegio de escribir sobre Jorge Luis Borges y su aporte en las letras así también en cómo vemos el mundo y esto incluye la política. 

“El poder de la palabra se ha convertido en la médula de lo que hoy se conoce como batalla cultural. Unamuno, el escritor español decía “La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo”. Y es que el lenguaje es más que un mero instrumento para compartir información, pensar es elaborar un enunciado lógico y para elaborarlo necesitamos la materia prima del lenguaje: las palabras.  

Jorge Luis Borges usó el lenguaje como una herramienta que no solo trasmitió sensaciones, pensamientos, sino que modificó y aun modifica la visión de los otros”. 

Tradicionalmente en América latina la difusión de la cultura de la libertad a través de la literatura se relaciona con los premios nobel de literatura Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, junto a ellos la figura de Jorge Luis Borges se levanta hasta formar una especie de tridente literato en el pensamiento liberal. 

El escritor argentino navega a través de laberintos, espejos, partidas de ajedrez, mitos, cuchillos, dramas pasionales e historias policiacas, Borges crea un panorama complejo de conocimiento que se enriquece con la claridad de su lenguaje y sus matices irónicos. Presenta los escenarios más maravillosos en los términos más simples, atrayéndonos a las bifurcaciones ilimitadas de su imaginación. 

Su filosofía liberal lo llevó a entender y decir lo siguiente, “Yo descreo de la política no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo de que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico. Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno. Yo creo en el Individuo, descreo del Estado”. Comparto con ustedes este artículo escrito por Jorge Luis Borges.  

“NUESTRO POBRE INDIVIDUALISMO”  

Las ilusiones del patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes declaran que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el XVII notó que Dios tenía la costumbre de revelarse primero a sus ingleses; Fichte, a principio del XIX, declaró que tener carácter y ser alemán es, evidentemente lo mismo.  

Aquí, los nacionalistas pululan; los mueve, según ellos, el atendible o inocente propósito de fomentar los mejores rasgos argentinos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica, prefieren definirlos en función de algún hecho externo; de los conquistadores españoles (digamos) o de una imaginaria tradición católica o del «imperialismo sajón».  

El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel «El Estado es la realidad de la idea moral» le parecen bromas siniestras.  

Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese «héroe» es un incompresible canalla. Siente con Don Quijote que «allá se lo haya cada uno con su pecado» y que «no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello» (Quijote, I, XXII).  

Mas de una vez, ante las vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el símbolo tranquilo y secreto de nuestra afinidad.  

Profundamente lo confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural grito que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro.  

El mundo, para el europeo, es un cosmos, en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino, es un caos. El europeo y el americano del Norte juzgan que ha de ser bueno un libro que ha merecido un premio cualquiera, el argentino admite la posibilidad de que no sea malo, a pesar del premio. En general, el argentino descree de las circunstancias. Puede ignorar la fábula de que la humanidad siempre incluye treinta y seis hombres justos -los Lamed Wufniks- que no se conocen entre ellos pero que secretamente sostienen el universo; si la oye, no le extrañara que esos beneméritos sean oscuros y anónimos…  

Su héroe popular es el hombre solo que pelea con la partida, ya en acto (Fierro, Moreira, Hormiga Negra), ya en potencia o en el pasado (Segundo Sombra). Otras literaturas no registran hechos análogos.  

Consideremos, por ejemplo, dos grandes escritores europeos: Kipiling y Franz Kafka. Nada, a primera vista, hay entre los dos en común, pero el tema del uno es la vindicación del orden, de un orden (la carretera en Kim, el puente en The Bridge Builders, la muralla romana en Puck of Pook’s Hill); el del otro, la insoportable y trágica soledad de quien carece de un lugar, siquiera humildísimo, en el orden del universo.  

Se dirá que los rasgos que he señalado son meramente negativos o anárquicos; se añadirá que no son capaces de explicación política. Me atrevo a sugerir lo contrario.  El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrara justificación y deberes.  

Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mínimo de gobierno.  

El nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un estado infinitamente molesto; esa utopía, una vez lograda en la tierra, tendría la virtud providencial de hacer que todos anhelaran, y finalmente construyeran, su antítesis.   

Buenos Aires, 1946 

Juca Fevel 

Bibliografía 

Otras inquisiciones Jorge Luis Borges 1952   

Contemplatio social,  Borges la pluma y la libertad – CONTEMPLATIO SOCIAL (wordpress.com) 

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